«Desde la pequeña ventana con parteluces de su habitación, ubicada sobre la cuadra de la fábrica de ladrillos, Yakov Bok vio gente con largos abrigos que, a esa hora temprana de la mañana, corría hacia alguna parte, todos en la misma dirección» (Bernard Malamud). «En una línea similar a la de Beckett, Malamud escribe de un precario mundo de dolor, en un idioma propio, un inglés que, incluso dejando aparte los temperamentales diálogos, cualquiera diría extraído del menos mágico de los calderos: las locuciones, las inversiones y la dicción del habla judía inmigrante, un montón de huesos verbales rotos que, hasta que llegó él y los hizo bailar a su triste son, parecía que ya solo podrían valerle para algo a un cómico de la Borscht Belt*o algún nostálgico profesional» (Philip Roth).