La historia de los orígenes de la Orden del Temple (1118-1312) aparece indisolublemente ligada a la figura de Bernardo de Claraval (1090-1153), fundador de la Orden monacal del Cister y el mejor propagandista de aquélla. A él se debe no sólo la creación del Concilio de Troyes (1128), que dio cartas de grandeza al Temple, sino el sermón exhortatorio dirigido a Hugo de Payns, amigo personal suyo y fundador y primer Gran Maestre de la Orden, que figura en sus obras completas bajo el título de Liber ad milites Templi de laude novae militiae, y que daría a conocer la figura del Templario como síntesis de la antinomia que, por vez primera, reunía en su persona a dos de las figuras, orator y bellator (respectivamente, «el que reza» y «el que combate»), de la sociedad de su época. Con el paso del tiempo, la Orden del Temple, por su esplendor y gloria perdidos y, también, por su funesto destino, llegaría a convertirse en uno de los mitos fundamentales de Occidente y a poseer la misma fuerza ensoñadora que Arturo de Bretaña y el Preste Juan, mitos que aún nos encantan con los prestigios de su fascinación interminable. El presente volumen, prologado por Javier Martín Lalanda, profesor de la Universidad de Salamanca y especialista en libros de caballerías y en literatura fantástica, y que ha editado en esta misma colección Huon de Burdeos y La carta del Preste Juan, añade a la citada obra de San Bernardo, titulada ahora Elogio de la nueva milicia templaria, el lúcido ensayo, ya clásico, Los Templarios, de la erudita medieval Régine Pernoud.