Américo Castro y Marcel Bataillon se conocieron en el verano de 1919. El primero era ya una figura relevante del Centro de Estudios Históricos, y el segundo, un joven estudiante. Aquella distancia inicial quedó anulada en la cortesía y el respeto de una relación que iba a durar toda una vida. Una vida y un futuro que, en el caso de Castro, iban a quedar truncados por la Guerra Civil. De la radical experiencia del exilio Castro supo hacer el centro de un nuevo paradigma interpretativo de la realidad hispánica. Un paradigma construido en movimiento, a través de sucesivas entregas en las que desarrolla su pensamiento: el abandono del horizonte intelectual de El pensamiento de Cervantes y el inicio del camino que acabaría de llevarle hasta La realidad histórica de España. Marcel Bataillon es el testigo privilegiado de ese camino del pensar y el amigo a quien Castro confía sus nuevas ideas. Discuten, matizan, aquilatan lo que se van diciendo, sin plegarse, cada cual siendo quien es, o quien quiere ser, cada cual desde su propio espacio y posición intelectuales y vitales.