Felipe III (1578-1621) subió al trono con sólo veinte años. Inteligente y piadoso, fue un hombre de carácter blando y sin ninguna afición por los asuntos de Estado. La caza y el juego absorbieron la mayor parte de su tiempo. Con él se inició la época de los todopoderosos validos, como Francisco Sandoval, duque de Lerma. La corrupción e inmoralidad que introdujeron fue una lacra que pesó durante mucho tiempo en la sociedad española. Los despilfarros del favorito perjudicaron seriamente la economía del país y dieron pie, entre otras causas (como la expulsión de los moriscos), a la aparición de los primeros síntomas de una larga y grave depresión. En 1601, y por imposición del duque de Lerma, la capital se trasladó a Valladolid, aunque retornó pronto a Madrid (1606). Fue una experiencia breve pero carísima. La pérdida de prestigio en el exterior y los indicios de crisis económica no eran tan evidentes que permitan calificar de reinado decadente el de Felipe III. Se mantenía el brillo externo, que en el campo literario alcanzaría sus más altos logros con las obras de Cervantes, Quevedo y Lope de Vega. Pero tras este ilustre brillo literario es innegable que en esta época se inició un declive económico que iba a acentuarse con el tiempo. Y, sobre todo, comenzó la casi siempre nefasta y corrupta influencia de los validos, que tuvieron en muchas ocasiones un poder absoluto.