Una chica joven, que se sintió llamada por Dios al servicio de su patria. Y la historia empieza así: 'La escena tiene un punto de innegable emoción, de grandeza. Una de esas ocasiones solemnes que las personas sabemos revestir de una especial religiosidad. Pero no nos engañemos. La grandeza no le viene del ritual, ni de la presencia del arzobispo de París, ni de los enviados papales, ni de todo el clero reunido. Lo que más impresiona es la presencia de una mujer que, acompañada de sus dos hijos, avanza hacia el coro, con un escrito de súplica en las manos.'