Martín Caparrós viaja de la selva boliviana donde se cuece la coca a las playas de Sri Lanka en la que los niños se venden por monedas, de los bombardeos aéreos de Belgrado a la bomba capitalista de Hong Kong. Caparrós construye estas piezas de un género tan antiguo como nuevo: eso que llama Lacrónica y que se ha tranformado en una de las formas más fecundas de la literatura en castellano.