Para Aridjis, el poema es un edificio de visiones, y la luz diurna, a la que elogia y canta en este libro, la matriz en que se figura el mundo. Aquí está todo lo que merece ser visto, las cosas, aquellos a los que queremos y a los que quisimos, los sueños. Así, el poeta se detiene frente a nuestra cotidianidad para percibir lo extraordinario y, en la naturaleza que nos rodea, la presencia de lo sobrenatural y de lo cósmico; cargado de experiencias y en control de sus pasiones voltea hacia el mundo y lo encuentra luminoso.