Más allá de la suma de experiencias vividas, con esta narración invito al lector a sumergirse a través de mi infancia, tal vez prodigiosa, en los mecanismos de transmisión pedagógica y humanista de la admirable profesora Nadia Boulanger. De ella, que siempre escuchaba a los alumnos, destacaba la ética artística. Se guiaba por su propia estética que, a pesar de haberla heredado de su maestro Gabriel Fauré, jamás clonó ni impuso a sus alumnos. En cambio, satisfacía su sed creadora personal a través de los principios intemporales y universales que, por ella misma, parecía saber extraer de sus experiencias vividas y recibidas, para elaborar de manera minuciosa una poción de equilibrios individualizados para cada uno de sus alumnos.