"Individuos de los Servicios de Seguridad y de sus homólogos fascistas pululaban por doquier. Unos perros furiosos ladraban. Había chiquillos que lloraban. Una niña perdió su muñeca. Una anciana dio un traspié. Botas claveteadas repartieron puntapiés. Las gruesas puertas fueron aherrojadas con cadenas. La locomotora escupió vapor. ¡Puercos! —rezongó alguien—. Tanta gente en cada vagón. Ni siquiera pueden sentarse. —¿Y si lanzamos varias granadas a esos cerdos de la Seguridad? —propuso Hermanito, siempre entusiasta. —No serviría de nada —murmuró el Viejo, furioso. —Fue mucho peor cuando cogieron a los judíos de Varsovia —contó Porta—. Aquí no utilizan látigos. Lo hacen a patadas —¿Por qué no tratan de escapar? —preguntó Barcelona, sorprendido. Llegaron nuevos vagones y se llenaron de gentes silenciosas. —Me pregunto si pensarán matarlos a todos —dijo el Músico, antiguo miembro de las SS. —¡Ya lo creo! —exclamó Heide, riendo—. Destino, Polonia. Término, la cámara de gas. —Los hombres no pueden hacer esto a otros hombres —murmuró ingenuamente el Viejo".