Después de algo más de treinta años, el Concilio Vaticano II sigue estando presente en muchas de nuestras discusiones. La experiencia muestra que tanto los que lo rechazan como los que lo enarbolan tienen un punto en común: no han leído sus textos. Muchos se limitan a algunos temas, en los que fundan el «espíritu del Concilio», lo cual es una noción de geometría variable. Por esta razón, meditar los grandes textos del Concilio en la coyuntura actual significa confiar en un segundo aliento, en un nuevo impulso. Es claro que el Concilio no lo ha dicho todo, pero la tradición viviente de la Iglesia está hecha de relecturas permanentes, tanto de la Escritura como de la reflexión de los siglos pasados. Y así, esta modesta contribución no tiene otra finalidad que dar qué pensar y avivar la mente, para inscribirse en esta tradición viva de la Iglesia, en su reflexión y en su plegaria.