Nadie desea apearse de la vida y jugar el papel de espectador, pero en muchas ocasiones todos sufrimos la tentación de abandonarlo todo, de dimitir de nuestros compromisos y dejar de existir. Cuando el demonio de la nada se adueña del espíritu no sirven los fármacos, ni las sesiones clínicas, tampoco los productos químicos, ni los bufones de la televisión. El único antídoto frente a la nada es el sentido. Solo la búsqueda interior de sentido puede neutralizar tal tentación. No elegimos existir; pero podemos elegir cómo existir. No elegimos cuánto tiempo vamos a estar en este mundo, pero sí podemos decidir cómo colmar de significado este tiempo. Podemos tratar de hacer con la vida un proyecto singular que posea sentido, que tenga valor para cada uno.