Desarraigado, inadaptado allí donde va, el joven poeta Belacqua deambula por paisajes neblinosos de ciudades como París, Viena o Dublín en busca de no sabe muy bien qué, pues sólo aspira a habitar lo que él llama su «uterotumba»: su mundo interior, sus pensamientos, su feliz tristeza. En torno a él, en un desencuentro perpetuo, pululan amigos como Liebert, el Oso Polar, el Mandarín o Chas, y mujeres que, como Smeraldina-Rima, Syra-Cusa o Alba, esperan del confuso Belacqua lo que éste no les da. Sin embargo, no es capaz de apartar a esas mujeres de sus ensoñaciones, lo que le causa numerosos desvelos y contratiempos. Y mientras revive fugazmente episodios de su infancia, se topa con guardias y profesores, y cavila en lo que hará y escribirá en el futuro, Belacqua, artista adolescente, avanza ebrio, o enfermo, o malhumorado, las más de las veces solo, bajo una lluvia dublinesa que cala hasta los huesos.