El estado de aquel rebaño de seres humanos, mujeres cubiertas de llagas debido a los latigazos de los capataces, niños famélicos, esqueléticos, con los pies ensangrentados, que las madres intentaban llevar además de sus fardos, jóvenes estrechamente sujetos por esa horca que ofrece mayor tortura que la cadena de los condenados, era de lo más lamentable que puede uno imaginarse.