En este libro, Un comedor de opio, Baudelaire, a través del análisis de Suspiria de profundis, procura comunicar al lector el sentimiento de que De Quincey fue «no sólo uno de los espíritus más originales, más auténticamente humorísticos de la Vieja Inglaterra, sino una de las personalidades más afables y más caritativas que hayan honrado la historia de las letras». Desea justificarlo no por lo que no hizo, por lo que se le condenaba, o sea por no haber rendido servicios útiles a la humanidad, sino por lo que hizo. Baudelaire reclama para De Quincey la gratitud del hombre «realmente espiritual». Sólo por haber escrito un libro bello, y pregunta : «¿Lo Bello no es acaso tan noble como lo Verdadero ?»