José María Rubio (1864-1929) se convirtió rápidamente en un ejemplo para la sociedad madrileña de su tiempo, gracias a su fuerza interior, a su destacado don de consejo, a su sencillez y, sobre todo, a su entrega sin pausa en favor de los pobres y los marginados. Primero como sacerdote diocesano y luego como jesuita, trabajó incansablemente por difundir la devoción al Sagrado Corazón y una espiritualidad basada en una sencilla pero eficaz fórmula: Hacer lo que Dios quiere, querer lo que Dios hace .