Hacer o recibir críticas es inevitable y, a menudo, muy desagradable. Tal vez por ello cotidianamente preferimos andar chismorreando a espaldas de los demás, en vez de esforzarnos por proporcionar una valoración objetiva. A veces incluso explotamos en un momento dado y somos incapaces de ser objetivos. Pero parecemos preferir todo esto a exponernos a una crítica. Sin duda, para la mayoría de nosotros la crítica es un asunto delicado. A menudo no sabemos cómo decirle a alguien, ni en el trabajo ni en la vida privada, que hay algo de él que nos molesta. Y viceversa, no siempre los demás nos adoran, de modo que a menudo nos toca encajar alguna crítica.