Un joven escritor le decía al novelista y dramaturgo Abel Hermant:

– Yo soy muy tímido. Con frecuencia, en un salón, en una reunión, no me atrevo a decir una palabra.

– Hace usted bien -contestó Hermant-, es preferible guardar silencio, aun a riesgo de que sospechen que uno es tonto, que hablar y dejar a la gente convencida de que efectivamente lo es.

(Agustín Filgueiras)