«Toda mi educación se había centrado sobre la custodia y búsqueda de la pureza. Dios era la «pureza infinita». Pero esta búsqueda me había endurecido ante los pecadores, no me abría a la misericordia. En el fondo mi orgullo me situaba junto al fariseo que daba gracias por no ser como aquel publicano. Ahora bien, en un relámpago y sin yo esperarlo, Dios se me reveló como el amor divino.

Comprendí que seríamos examinados en el amor y que nuestro amor por Dios y por el prójimo es un solo amor. Sentí de repente que todo mi pasado se hundía, comprendí la misericordia, supe que Jesús había venido por los pecadores. Poco a poco Dios me encaminó, me hizo comprender que Él ama más allá de nuestras concepciones humanas. Y que Él no espera de mí una perfección moral, sino la perfección en el amor, que no excluye la primera porque ella es consecuencia del amor. Yo tendía a no pecar como fin. Ahora, al menos así intento vivirlo, mi fin es el amor».

(Dios les basta)