Si yo no fuese yo (…)
aquí figuraría aquel poema mío
donde, con voz que sabe hacerse niña
y es bella y es profunda,
le encargo a un carpintero, para el día
en que, muerto, comience a estar más Vivo,
un ataúd digamos
de diseño exclusivo:
con una hechura tal -pido con esa
humildad que es la forma más alta de razón-
que puedan enterrarme de rodillas,
pues no basta una vida para pedir perdón.

(Miguel D’Ors, “Hacia otra luz más pura”)