Si se levantan los vientos (…)
si tropiezas con los escollos de la tentación,
mira a la estrella, llama a María.
Si te agitan las olas de la soberbia,
de la ambición o de la envidia,
mira a la estrella, llama a María.
Si la ira, la avaricia o la impureza
impelen violentamente la nave de tu alma,
mira a María(…)
No se aparte María de tu boca,
no se aparte de tu corazón;
y para conseguir su ayuda intercesora,
no te apartes tú de los ejemplos de su virtud.
No te desanimarás si la sigues,
no desesperarás si la ruegas,
no te perderás si en Ella piensas.
Si Ella te tiene de su mano, no caerás;
si te protege, nada tendrás que temer;
no te fatigarás si es tu guía;
llegarás felizmente al puerto si Ella te ampara.

(S. Bernardo, Homilía sobre la Virgen Madre)