“Para darse el hombre a la oración es cosa muy esencial ceñir y apretar y encarcelar el corazón, y hacerlo una jaula de perpetuo silencio donde le encerremos para evitar vagueaciones suyas, según aquello del sabio: <Guarda tu corazón con toda guarda, porque de él procede la vida>.”

(Francisco de Osuna, “Tercer abecedario espiritual”)