«Nosotros ignoramos, pero Dios lo sabe, en qué medida hacen progresar su reinado sobre la tierra una Santa Teresa de Lisieux, con sólo elevar los ojos al cielo durante los golpes de tos de su última enfermedad; o una madre de familia anónima que le ofrece su pesada pena; o cualquier cura de aldea que se sorbe las lágrimas cuando celebra Misa ante tres solitarias mujerucas. La verdad es que, para la realización de los más grandes designios, Dios sólo emplea unos menguados instrumentos, pero que si obedecen dócilmente a su mano, con ellos transforma el mundo.»

(Chevrot, «Las bienaventuranzas»)