«Dios es un gran rey, y los reyes se hacen esperar. La Sda. Escritura está llena de este aguardar, de esta espera del Señor. Todo el tiempo anterior a Cristo fue un único aguardar en el atrio de Dios. Desde el ángulo visual de la eternidad, todo el tiempo del mundo es un aguardar de la criatura el “día del Señor”, del juez universal. El aguardar el llamamiento de Dios supone gran fuerza del alma. Sólo el hombre pequeño y nervioso no puede aguardar; o se adelanta en ello demasiado, o es demasiado tardo. El hombre santo, que se ha ejercitado en ordenarse interiormente, aguarda el tiempo de Dios. El momento predeterminado por Dios es para él el momento adecuado. Es bueno que recordemos que en la vida de los santos hay semejantes tiempos de prueba, de aparente inacción de búsqueda e indagación de la voluntad de Dios»

(J. Holzner, «San Pablo», p. 73. Consideraciones en torno a los años de S. Pablo en Tarso, después de la conversión, y antes de lanzarse a la acción apostólica)