Un matrimonio asistía a una audiencia con Juan Pablo II en Roma. Cuando el Papa pasó por delante de ellos, la mujer le dijo en voz alta: «Santo Padre, dígale algo a mi marido, que hace diez años que está alejado de Dios». Juan Pablo II continuó unos pasos más, pero se detuvo un momento, y se volvió atrás, puso la mano sobre el hombro de aquel hombre y le dijo con voz baja pero profunda: «¡Qué mal se está lejos de Dios!». Aquel hombre quedó muy impresionado y aquel mismo día se confesó y volvió a la práctica cristiana.