La escena de un niño tirado en la calle. Fermín Rodríguez, SJ

Para hacer comercio, parece que el Gobierno de la China comunista da facilidades y libertad. Para la religión, es otra cosa…

Alrededor de la estación de Kunming vi muchos niños que llevaban carteles, en los que pedían dinero para poder pagar la inscripción a la escuela. En un tramo de no más de 200 metros, había cinco. Me paré delante de uno que parecía dormir y al que la gente ni siquiera miraba. Tenía ocho años. Como mi primer destino era la visita de un dormitorio para hijos de leprosos, recién abierto en Lufeng, no pude evitar desear que ese dormitorio acogiera a muchos de estos niños. Le sacudí para preguntarle su nombre y la edad, y no reaccionaba.

La gente, al ver a un extranjero preocuparse por un niño de la calle, empezó a hacer círculo. Un joven me dijo: «Son muchos y se dedican a pedir dinero, no les hagas caso». Yo le miré con cara de pocos amigos y le dije: «¿Tú crees que está aquí por gusto? Es verdad que quizá los utilicen, pero pena me dais si no os preocupa esto». Pasaba una pareja de policías –antes eran temidos; ahora la cosa está cambiando–. Me acerqué, y les dije que había un niño tirado que parecía enfermo. Me miraron sonriendo y me dijeron: «No le hagas caso o te sacará el dinero, son todos iguales…»

¡Esto es China! Dinero, dinero y dinero. Crecen económicamente y se empobrecen humanamente; ¡un país con una tradición humanitaria envidiable!

Fermín Rodríguez, SJ