Don Bosco narra en la vida de Domingo Savio, un episodio que es realmente impresionante. Este hecho bastaría por sí solo para inmortalizar la memoria de Domingo. El hecho es el siguiente. Un día, un compañero de clase de, se le acercó y llamándole aparte le dijo: -Mira Domingo, te voy a decir algo grave que he visto. Dos muchachos acaban de tener una pelea muy fuerte. Parecían dos perros rabiosos, aquello daba miedo. Te lo digo, Domingo, para ver si tú puedes hacer algo. A ti posiblemente te harán caso. Al verse descubiertos, los dos muchachos deciden continuar la pelea más tarde y en un lugar solitario. Sería un duelo a pedradas. Domingo reza y se encomienda al Señor, como solía hacer en circunstancias difíciles. Cree que lo mejor es escribir una carta a cada uno por separado, tratando de ablandar sus corazones. Sin decir palabra los dos jóvenes hacen pedazos la carta antes de leerla. Domingo insiste,… les habla,… les amenaza con decírselo a los padres y maestros. Todo inútil, aquellos dos jóvenes ciegos de odio no oyen a nadie… y están dispuestos a eliminarse en un duelo mortal… -Mira, Domingo, -le dice uno de ellos- no te metas en lo que no te importa. Esto es asunto nuestro. Pero Domingo no es de los que se asustan fácilmente. Pasado un tiempo vuelve al ataque. Los espera a la salida de la clase y habla con cada uno de ellos en particular. Luego a los dos juntos. -Me duele mucho que insistáis en vuestra idea les dijo- yo os prometo, bajo palabra de honor que no os voy a impedir el desafío. Sólo pido que me aceptéis una condición. -¿Cuál es esa condición?, -preguntan los dos al mismo tiempo. -Os la diré en el lugar de la pelea. -Tú nos quieres engañar, Domingo. A lo mejor tienes preparada alguna trampa. -No -responde Domingo-. Vosotros me conocéis, no miento. Yo estaré con vosotros y presenciaré la pelea. Guardaré el secreto. No llevaré a nadie conmigo. -¡Aceptado! Toman el camino hacia los prados de la ciudad, junto a la «Puerta de Susa». Llegan a un campo. Miden la distancia, colocan el montón de piedras cada uno en su sitio y se disponen al duelo mortal. Domingo va hacia ellos. -Primero escuchad ni condición -les dice-. Ellos permanecen en actitud amenazadora. Domingo saca un crucifijo, lo levanta en alto y les dice: -Mirad a este crucifijo, arrojad la primera piedra contra mí y decid en voz alta estas palabras: Jesucristo murió perdonando a los que le crucificaban, y yo, pecador, quiero ofenderle y vengarme bárbaramente. Dicho esto, corre a arrodillarse ante el que parecía más furioso y le dice: -¡Lanza primero la piedra contra mi cabeza!. -El muchacho que no se esperaba tal cosa, queda sorprendido y, al ver a Domingo arrodillado en tierra como una víctima que esperaba el golpe fatal, se conmueve. -No, Domingo -grita-, no me pidas eso. No tengo nada contra ti. Tú eres mi amigo. Domingo se levanta y corre hacia el otro y le pide lo mismo. También este se conmueve y baja la mano. Domingo se alza de nuevo y abraza a uno y a otro. Reina un silencio impresionante. Dos gruesas piedras ruedan por el suelo. Domingo eleva desde su corazón una oración agradecida. Este episodio hubiera quedado ignorado por completo si los mismos muchachos del pleito no hubieran hablado. Domingo guardará el más absoluto silencio.