No es verdad, como algunos dicen, que el hombre ha muerto de una vez por todas y es absolutamente incapaz de hacer algo bueno. Porque aunque el hijo no pueda realizar trabajo alguno, ni siquiera tenerse sobre sus pies para unirse a su madre, él se arrastra, grita, llora para atraer la atención de su madre.

Y la madre se conmueve al oír que su hijo la llama con pena y llanto. El recién nacido es incapaz de ir a ella. Pero ella misma, a causa de la ardiente búsqueda y del deseo del hijo, va a su encuentro pues está encadenada por su amor al hijo. Y lo consuela y lo nutre con inmensa ternura.

(Pseudomacario, Homilía XXVII, 3.1)