«No habría necesidad de predicar si nuestra vida estuviera resplandeciente de virtudes.

No serían necesarias las palabras si mostráramos las obras.

No habría paganos si nosotros fuéramos verdaderamente cristianos: si observamos los preceptos de Jesucristo, si soportáramos el ser injustamente tratados y defraudados, si bendijéramos a los que nos maldicen, si devolviéramos bien por mal.

No habría nadie tan monstruoso que no abrazara enseguida la verdadera religión, si realmente todos nos comportáramos así.»

(S. Juan Crisóstomo, Hom. Sobre 1 Tim, 10)