«Había en un colegio un niño, de siete u ocho años, bastante pequeño de estatura y mal comedor. Un día en el almuerzo coincidió en la misma mesa con un profesor. El profesor trata de hacerle comer a base de razones. Al fin, ya agotados todos los argumentos que se le ocurren, intenta moverle pinchando su amor propio.
Ahora -le dice- me explico yo por qué no creces. ¿Cómo vas a crecer si no comes? Yo comí mucho, por eso crecí tanto.
Y el pequeño, con gran aplomo y convicción, replica:

  • Pues ayer comí todo y no crecí nada».

(Agustín Filgueiras Pita, «Un pan para cada día», 19 de julio, p. 253)