En el Sudoeste de Kenia, en una zona apartada del país, algunas tribus indígenas viven todavía en un estado muy elemental. Un día, un misionero encontró a uno de estos indígenas en el camino. Estaba erguido, apoyado en su lanza. El misionero le saludó; hablaron, y poco después, le preguntó:
- Y tú, ¿rezas?
Aquel hombre contestó inmediatamente: - No, no tengo necesidad.
A su vez, preguntó al misionero: - Y tú, ¿cuántas mujeres tienes?
- Ninguna, porque soy sacerdote.
- Y ¿cuántos hijos tienes?
- Ninguno, porque soy sacerdote.
- Y cabezas de ganado, ¿cuántas tienes?
- No tengo ninguna, porque soy sacerdote.
- Entonces -concluyó el indígena-, tú eres el que tienes que rezar.