«Al parecer, su Dios era algo hecho para hacerla feliz a ella y no ella alguien destinada a servir a Dios. Su Dios era “bueno” en la medida que le concedía lo que ella deseaba, pero dejaba de de serlo cuando señalaba un camino más empinado o estrecho. Tal vez hubiera podido aclararle que es cierto que la oración concede todo lo que se pide, siempre que se le pida a Dios que nos conceda lo que Él sabe que realmente necesitamos, y que la gran plegaria no es la que logra que Dios quiera lo que yo quiero, sino que yo logre llegar a querer lo que quiere Dios. Amar a Dios porque nos resulta rentable es confundir a Dios con un buen negocio». (…)

«Ser cristiano es (…) saber que la hora de la oscuridad es la mejor hora para verle. Aceptar que un dolor, por espantoso que sea, puede ser el momento verdadero en que tenemos que demostrar si amamos a Dios o nos limitamos a utilizarle».

(«Dios y los náufragos», de José R. Ayllón)