Y este testigo notó (su hermano Hernando), en muchas ocasiones que se ofrecían, que su hermana se juntaba con otras niñas y ellas jugaban a las muñecas; pero nunca la bendita Rosa las apeteció.

Y un día vio este testigo que habían las niñas traído sus muñecas para jugar con ellas, la dicha su hermana se apartó de las demás niñas y persuadiéndola que llegase a jugar, les respondió que no quería llegar sus manos a tan mala cosa como las muñecas; porque decía que en una muñeca había hablado el demonio; y así se estuvo lo más de la tarde sola, apartada en un rincón, por no llegar a las muñecas. Y llegando este testigo a ella, le dijo: “¿Es posible Rosa que quieras más estarte en este rincón, lleno de estiércol y pulgas, que con aquellas niñas?”. Le respondió: “Déjame, que aquí, aunque está tan sucio y haya muchas pulgas, está Dios; y entre aquellas muñecas quizás no está Dios”.

Quizás este hecho de las muñecas se refiera a algo que ella había podido oír en su casa de que un ídolo de madera del dios indio Pachacamac hablaba y respondía a quienes acudían a él con preguntas. ¿Acaso no era un ídolo de piedra el diablo que decían que hablaba en el valle del Rímac? Es probable que, para su mentalidad de niña, pudiera confundir esos ídolos con las muñecas y de ahí sus miedos infantiles. De todos modos, lo importante es que quería ser tan fiel a Dios y amarlo tanto que no podía permitirse ni en el más pequeño pecado y quería ser fiel hasta en los más mínimos detalles.