En una tranquila tarde de verano, mientras paseaba por el parque, un niño pequeño tropezó y cayó al suelo, derramando su helado recién comprado. Antes de que las lágrimas pudieran llegar a sus ojos, un perro callejero se acercó y comenzó a lamer el helado derretido. El niño, inicialmente sorprendido, comenzó a reír mientras el perro disfrutaba del dulce regalo. Al ver la escena, varios transeúntes se detuvieron y comenzaron a sonreír también. Uno de ellos, conmovido por la bondad del momento, decidió comprarle al niño otro helado. El niño, agradecido, compartió el segundo helado con el perro, creando un vínculo especial entre ellos en medio de la tarde soleada.