Texto del libro Historia de España contada con sencillez (José María Pemán).

Hacia el norte, desde la isla de Cuba partió el extremeño Hernán Cortés con once barcos.

Cortés que fue el más culto de los conquistadores españoles de América, pues había sido universitario de Salamanca y tenía hasta sus ribetes de latino, dosificó sabiamente en su empresa la prudencia, la astucia y el valor. Después de vencer en Tabasco, se buscó la amistad del cacique de Cempoala, cerca de la costa, y ayudado por los cempoaleses cayó sobre Tlaxcala, la ciudad más poderosa del país, fuera de la capital y enemiga del emperador Moctezuma.

Ya aliado con los tlaxcaltecas, Cortés marchó hacia la maravillosa ciudad de las canales y los lagos —México— en el corazón del Anáhuac. Después de responder duramente a una difícil emboscada en
que se vio envuelto en Cholula, Cortés llegó hasta la capital, donde fue recibido por el gran emperador Moctezuma en plan amistoso. Por no
romper esta situación pacífica, Cortés se avino a despedir
a los tlaxcaltecas que le habían acompañado y que, por la tradicional enemistad de ambos pueblos, lastimaba el orgullo de los mexicanos. De este modo Cortés con un puñado cortísimo de españoles, quedó en situación bien precaria y difícil en la inmensa y pobladísima ciudad.

Por un prodigio de diplomacias y prudencias, pudo mantener Cortés aquel difícil equilibrio de mutuas cautelas que era su amistad con Moctezuma, hasta que habiendo tenido noticias de que había desembarcado en las costas de Veracruz don Pánfilo de Narváez, como enviado del gobernador de Cuba, Velázquez, que consideraba excedidos por Cortés los poderes que recibiera, este tuvo que ausentarse de México para ir a hacer frente a los soldados enviados contra él.

Venció fácilmente y atrajo a Narváez a su obediencia, pero al volver a México encontró a su lugarteniente Don Pedro de Alvarado, en situación comprometida y difícil, buscada por su propia falta de tacto y prudencia en la resolución de algunos incidentes surgidos durante la ausencia de Cortés de cuyo genio Alvarado carecía. La continuación del difícil statu quo logrado por Cortés fue ya difícil.

Los aztecas llegaron a sitiar el edificio en que se alojaban los españoles, y en su terraza fue muerto por sus propios súbditos el emperador, Moctezuma que allí vivía, con nombre de huésped y realidades de prisionero, al asomarse para arengar a su pueblo con palabras de paz. Muerto el emperador, la ofensiva contra los españoles fue general y el 30 de junio de 1519 en la llamada «Noche triste», los españoles tuvieron que abandonar la ciudad en circunstancias tan apretadas y difíciles que apenas logró atravesar los canales y alcanzar la otra orilla una tercera parte del ejército.

Rehechos los restos de este en Topeaca y acrecido más tarde con nuevos hombres y pertrechos llegados de las Antillas y aun de Canarias, Cortés volvió a caer sobre México, sitiando ahora totalmente la ciudad con la ayuda de una escuadrilla de naves ligeras que hizo construir para dominar sus canales y lagunas.

Largo fue el sitio y tenaz hasta el heroísmo la defensa de los mexicanos hasta que al fin, en 1521, reducida casi a escombros la gran ciudad se rendía y con ella el nuevo emperador Cuauhtémoc al que, por su valiente gallardía, Cortés confirmó en sus regias prerrogativas.

La fundación de la México española y cristiana fue el primer gran núcleo continental que nació de la dominación española en América.