INFARTO EN MARAMBIO

por el Ing. Antonio Nicolás GILLARI El 9 de mayo de 1995 llegamos a la Base Marambio, entre otros viajeros, el profesor Dr. Alejandro Rodolfo MALPARTIDA (Director del Consejo Académico del Multimedios Ambiente Ecológico – MAE), el licenciado Sergio Carlos RECIO (miembro del Consejo Asesor del MAE, y en ese momento también Director de la Reserva Ecológica Costanera Sur de la ciudad de Buenos Aires) y yo, como Director General del MAE. 
Nuestra misión era entregarles personalmente al personal de la Base Marambio el «Premio EcoAmbiente 1994», que entrega el MAE desde la fecha, a personas físicas, organizaciones, organismos, instituciones, empresas y medios, que se destacaron en la defensa del Ambiente, la Calidad de Vida, la Ciencia y la Tecnología. 

El personal de la base había sido galardonado en esa ocasión, porque ya habían comenzado la ardua y difícil tarea de remediar de desechos peligrosos y orgánicos acumulados durante casi 25 años, bajo condiciones atmosféricas muy extremas. 

Asimismo, nuestra otra misión en el viaje a la base era determinar los lugares físicos factibles para implantar las torres de los eolos para la generación eléctrica y reemplazar el sistema de generación actual (un grupo electrógeno que funciona con gasoil deshidratado, muy costoso y altamente contaminante). 
Este último, es uno de nuestros proyectos: Implementar en la Base Marambio un sistema combinado de generación eléctrica eólico-hidrógeno, sin costo para la Fuerza, el cual generará casi 1 MW, el doble de la cantidad requerida en este momento, para así demostrar la factibilidad y conveniencia del reemplazo de los sistemas convencionales de generación eléctrica tanto en la Antártida como en el Ártico. 
Luego del estudio de la zona, habíamos seleccionado desde el primer día el lugar y entregado el «EcoAmbiente» en una sencilla pero emotiva ceremonia luego de la cena de esa misma noche, nos retiramos a dormir en la casa de huéspedes que dista unos 400m de las instalaciones principales. Solo faltaba recorrer un poco más la isla, realizar algunos trabajos de campo sobre la flora y la fauna invernal, medir dureza de suelos, etc., y esperar al sábado 13 de mayo que nos vinieran a buscar con el Hércules C-130 que nos había traído, para llevarnos al continente nuevamente. 
A la mañana siguiente (miércoles 10 de mayo) les dije a mis compañeros de viaje que se adelanten, que cuando terminaba de ducharme y afeitarme los alcanzaría en la casa principal para desayunar y luego iríamos a visitar la Estación de Ozono-Sondeo (monitoreo de la capa de ozono estratosférico). 
Cuando salí de la casa de huéspedes, el sol brillaba espléndido y sin ningún tipo de nubosidad; el viento reinante en la base producía una sensación térmica de -52ºC. 
Si bien con el equipo antártico no me afectaba el frío, a mitad del camino, justo en los altos corredores-pasadizos hechos en la nieve, que tenían una altura de casi 3m y con un ancho de 2m, el pasamontañas que tenía puesto, como consecuencia de la humedad de mi respiración, quedó congelado a la altura de mi boca, tanto que no me permitía respirar. 
Instintivamente, mi reacción fue bajármelo y tomar una bocanada de aire. 
En ese instante sentí un fuerte dolor en el pecho y mi brazo desde los dedos hasta el omóplato izquierdo se me adormeció. Según los galenos, se me produjo por la variación brusca térmica un espasmo pulmonar que derivó en un infarto. 
Solo, en el medio de la nada. Como pude, llegué a la casa principal y sin equivocarme en ninguna bifurcación, ya que si lo hacía, podía terminar en cualquier otro lugar de la base. 
Dios quiso que acertara el camino y que llegara justo para que el médico de la base, el primer teniente Dr. Juan Carlos MARTÍNEZ (al cual le esteré eternamente agradecido por su profesionalismo y celeridad de actuación), me asistiera y me salvara de una muerte segura, más, cuando los medios y el equipamiento médico disponibles en ese momento eran casi nulos. 
Luego de sacarme del infarto y estabilizarme, se resolvió efectuar el «Operativo Evacuación». 
Los días siguientes (jueves, viernes y sábado) se realizaron intentos de aterrizaje, pero cada vez que la aeronave se encontraba a 15 o 20 minutos de vuelo de la base, comenzaba como por arte de magia a avanza un «mar de nubes», cosa común en esas latitudes y época, que al momento del arribo del C- 130, la base se encontraba en condiciones «bajo cero», porque estaba cubierta por una densa nube de aproximadamente 20m de espesor, imposibilitando ubicar la pista y permitía ver únicamente algunas antenas de comunicaciones que sobresalían. 
La tripulación, impotente de efectuar un aterrizaje luego de dos intentos, debían en las tres oportunidades, volver al continente sin poder cumplir su misión. Ellos veían las antenas y nosotros los escuchábamos a ellos, pero visualmente era imposible hacer contacto.
 El domingo 14, aprovechando un cambio climático, pudieron felizmente aterrizar. Luego que fuera reabastecido de combustible el C-130, los que regresábamos al continente subimos a la aeronave, dejando parte de nosotros allí, en esa tierra de barro, nieve, frío, soledad, tristeza y felicidad a la vez. Tierra donde uno se encuentra con uno mismo y aprende a convivir con otras personas fuera de su núcleo familiar o de amistades; tierra donde todo se une, todo se hermana; allí se respira solidaridad y fraternidad. 
La última imagen que tengo de ese lugar en la pasada de sobrevuelo, es el saludo de todos los que quedaron allí en la base, cada uno de ellos cumpliendo con la actividad encomendada, cada uno de ellos haciendo Patria. 
Allí quedaron «mis hermanos de aventura» a los cuales agradezco a cada uno de ellos todo lo que hicieron por mí; allí quedaron esperando ser reemplazados por otros valiente…, los de la próxima dotación, que seguramente, de generarse una situación similar, actuarían de la misma manera porque así es el espíritu de la Fuerza. 
El viaje de regreso lo ejecutamos desde Marambio a El Palomar con el mismo Hércules C-130. Realizamos una sola escala técnica en Río Gallegos y luego directo a Buenos Aires. Fue constante la atención y preocupación de la tripulación por mi salud; permanentemente estaba monitoreado y consultado si deseaba que aterrizáramos en bases intermedias como la de Comodoro Rivadavia o la de Bahía Blanca antes de sobrevolarlas, de acuerdo a mi estado de salud. 
En todo momento aprecié que estaba protegido por gente a la que podía confiarle mi vida y que se habían puesto tanto ellos como a la aeronave a mi plena disposición. 
Cuando llegamos a la 1:30 de la madrugada del lunes 15 de mayo a la base de El Palomar, todo el operativo sanitario que se había montado para recibirme, me hizo sentir seguro y orgulloso de la Fuerza que mamé desde mis 14 años, y justamente en esa base cuando ingresé a la «Escuela de Aprendices Operarios», hoy escuela técnica dependiente del Ministerio de Educación. 
La vida luego me llevó por otros caminos. Lo que continúa es otra historia. 
Dos Bypass coronarios, cinco cateterismos y dos angioplastías con Stent; 64 días sumados en 8 internaciones distintas en 6 meses, etc. Siempre cuando comento la «anécdota de Marambio» a mis familiares, amigos o conocidos les digo «infartarse en la calle, en su casa, en un auto, en el trabajo, es anodino y común; yo busqué un lugar original para hacerlo y que gracias a Dios y a la gente de la FAA, estoy vivo para contarlo». 
El proyecto eólico-hidrógeno lo continuamos desarrollando en el MAE. Estamos a la espera de la donación prometida por una institución internacional para ejecutarlo.