Los católicos creemos que en la Pascua, Jesucristo resucitó en cuerpo y alma del sepulcro como vencedor glorioso sobre el pecado y la muerte.

El triunfo de Cristo también es una promesa entrañable y nos confirma que los cuerpos de todos aquellos que estuvieron unidos a Cristo en esta vida, a través de la regeneración sacramental, algún día tomarán su lugar junto a Él, cuando regrese trayendo un cielo y una tierra nuevos.

La muerte, inevitablemente, trae consigo una tristeza profunda ya que nos aparta de nuestros seres queridos, pero cuando andamos junto a Cristo, también es una experiencia llena de esperanza.

Desde siglos atrás, los ritos de la Iglesia acompañan a nuestros seres queridos hacia el otro mundo y constituyen una promesa de esperanza para quienes esperamos el encuentro con el misterio de la muerte.

Un católico debe tener en cuenta:

Preparación para la muerte

Sabemos que nuestra existencia terrenal terminará algún día. Sin embargo, durante la mayor parte de nuestras vidas, desconocemos el día y la hora en que seremos llamados de esta vida. Cuando pareciera que la hora de la muerte se acerca, la Iglesia tiene ritos especiales que preparan nuestro encuentro con el Señor.

Cuando una persona sufre una enfermedad grave, es oportuno llamar al sacerdote para recibir la Unción de los enfermos, en la cual, la Iglesia le pide al Señor por la salud del cuerpo y el alma. A menudo, este rito está precedido por el sacramento de la Reconciliación, en donde Cristo ofrece el perdón de los pecados. Mientras se afronta la enfermedad, la Iglesia asegura a la persona la presencia de Cristo, ofreciéndole oportunidades de recibir la Santa Comunión, de manera que el sufrimiento adquiera sentido a través del poder de la cruz de Cristo.

Cuando el momento de expirar se acerca, la Comunión se recibe como Viático (alimento para el viaje) para que Cristo, presente en la Sagrada Eucaristía, conceda fuerza espiritual en el tránsito hacia la vida nueva. Finalmente, a la hora de la muerte, un sacerdote o diácono puede acompañar al agonizante y a su familia, orando a Dios que conceda su gracia para la persona que está a punto de entrar a la eternidad.

El funeral católico

Como seres humanos que somos, tenemos una gran necesidad de despedir a nuestros seres amados y encomendarlos a Dios. Los ritos de la Iglesia reflejan esa necesidad, acompañando con sus oraciones a los difuntos más allá de este mundo. Un funeral católico se compone de tres partes: la primera, la Vigilia (también llamada “vela” en ciertos países), normalmente se lleva a cabo la noche antes del funeral. Familiares y amigos se reúnen para “estar” con el cuerpo del difunto o “acompañarlo”. Además de los ritos litúrgicos solemnes de la Iglesia, la vigilia constituye una oportunidad para rezar el rosario u honrar cariñosamente la memoria del difunto. Igualmente, permite a los amigos de la familia ofrecer las condolencias. La vigilia se puede hacer en una funeraria, en la casa de la familia o en la iglesia.

La segunda parte y es el centro de las oraciones de la Iglesia para los difuntos es la celebración de la misa funeraria. Aquí, el cuerpo del fallecido es traído a la iglesia, en donde la celebración de la Eucaristía revela la presencia de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Al igual que fue recibido en la familia de Cristo a través del bautizo y alimentado en la Iglesia con los sacramentos, ahora el cuerpo del difunto se trae a la iglesia por última vez, mientras la Iglesia ora por el regalo de la vida eterna. En circunstancias especiales, un funeral también puede celebrarse fuera de la misa.

Y la tercera parte, los católicos creemos que el cuerpo es sagrado: es la sustancia física de una persona que resucitará el último día, cuando Cristo regrese trayendo un cielo y tierra nuevos. Por esta razón, durante el Rito de la sepultura, la Iglesia encomienda el cuerpo del difunto a la tierra, para que lo guarde hasta el día de la resurrección.

Recordando a los difuntos

Después del entierro, no olvidamos a nuestros seres queridos, ciertamente, necesitamos recordarlos y orar por ellos. De ahí la costumbre de visitar las tumbas de los difuntos, de tenerlos presentes en nuestras oraciones y ofrecer misas por el descanso de su alma, sobre todo en fechas importantes, por ejemplo, al cumplirse un mes o un año del fallecimiento, o en el día del cumpleaños. Además de las misas especiales, la Iglesia ora por todos los cristianos fallecidos en el Día de los difuntos (también llamado “Día de los muertos” en ciertos países).

¿Qué opina la Iglesia acerca de la incineración?

A pesar de que la incineración se relacionó mucho, en el pasado, con la opinión de quienes rechazaban nuestra fe en la resurrección del cuerpo, la Iglesia no lo prohíbe, siempre y cuando se utilice como seña de respeto para el difunto o para negar la resurrección del cuerpo. Si se escoge la incineración, comúnmente ésta debe llevarse a cabo después de la misa funeraria y los restos incinerados deben sepultarse con la misma dignidad que recibiría un cuerpo. La Iglesia también permite la celebración de la misa funeraria con los restos incinerados, lo cual podemos hacer aquí, en la arquidiócesis de Atlanta, siempre y cuando se honren con el mismo respeto y reverencia que merecen, pues constituyen elementos residuales del cuerpo humano, santificado y reconocido a través de los sacramentos.

Información obtenida en: https://archatl.com/es/oficinas/oficina-para-el-culto-divino/las-guias-de-las-ceremonias-catolicas/guia-para-los-funerales-catolicos/


A continuación la anécdota sobre idea de negocio de dos italianos (la gente no sabe qué inventar…):

Capsula Mundi; el proyecto que promete a los humanos la continuidad del ciclo vital. En lugar de un ataúd, la persona se coloca en una cápsula orgánica.

Creada por los diseñadores italianos Anna CItelli y Raoul Bretzel, Capsula Mundi promete continuar el ciclo de la vida. Tiene forma ovalada, fabricada con bioplástico de almidón, que sirve de urna biodegradable que recibe el cuerpo de una persona, lo coloca en posición fetal y luego se entierra como la semilla de un árbol.

De este modo, se planta un árbol encima, de modo que el cuerpo del difunto proporciona los nutrientes necesarios para ayudar a la planta a crecer. El objetivo es que se cree un cementerio de árboles «sagrados».

El proceso simboliza el ciclo de la vida, incluso después de la muerte.