“Adolescente y miserable, sí, miserable del todo, porque desde mi adolescencia había pedido a Dios la castidad, aunque de este modo: «Dame la castidad y la continencia, pero no ahora», porque temía que Dios me escuchara demasiado pronto y me curara inmediatamente de mi enfermedad de concupiscencia, que yo prefería satisfacer antes que apagarla.”

(S. Agustín, “Las confesiones”)