Un hombre de grandes convicciones religiosas había hecho fortuna.
Decide, por primera vez en su vida, pagarse unas vacaciones en la nieve e incluso practicar el esquí.
Inexperimentado, torpe, se sale de la pista y cae en un barranco. Por
un milagro se agarra en el último momento a un débil arbusto que crece
entre las rocas. Debajo de él, el vacio y la muerte. Sus manos se
aferran al arbusto, pero nota que pronto va a caer. Las raíces del
arbusto empiezan a romperse. Angustiadísimo, levanta la mirada al cielo
y grita:
– ¿Hay alguien ahí? ¿Hay alguien ahí?
– Aquí estoy, hijo mío -le responde una voz solemne-. No temas y suelta
el arbusto. Mis ángeles te cogerán y te dejarán suavemente ne el suelo.
Nuestro protagonista piensa un momento antes de gritar:
– ¿Hay alguien más?
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