«Tú, Dios mío, lo haces todo con dulzura y firmeza; suaviter et fortiter. El alma que te está íntimamente unida participa tanto de esta suavidad como de esta fuerza. Todo en su acción es medido, ponderado, equilibrado, armonizado. Habla como conviene hacerlo; se calla cuando es mejor callarse. Se adelanta si es preciso; se esfuma muy gustosa y sin siquiera hacer notar que se borra. Y así en todo. Eso es lo que da tanto encanto a su acción. Tiene un algo acabado, perfilado, completo, perfecto, que extasía. Nada encontramos que sobre en ella. Nada le falta. Es un fruto hermoso y bueno, de aspecto agradable, de sabor delicioso. Hay allí algo divino. Bene omnia fecit. «Hizo bien todas las cosas».»

(Robert de Langeac, «La vida oculta en Dios», p. 195)