Prudencio dejó su patria por la invasión de los musulmanes y probó fortuna al otro lado de los Pirineos. Gobernó la Iglesia de Troyes, enseñó a rezar a sus fieles con los salmos y divulgó un manual de ética. Consiguió reunir una gran biblioteca y dedicaba amplio tiempo a la reflexión y al estudio. Adquirió gran erudicción eclesiática y agudeza discursiva que le permitieron tomar parte de las controversias teológicas de altos vuelos. Desde su muerte, Troyes lo veneró como santo por ser un pastor de las fe y de las almas.