Al menos sé que sé algo es una encendida y bien razonada defensa de que la perspectiva de la teoría de la argumentación es imprescindible para abordar el problema del conocimiento, y también de que, desde esa perspectiva, y aun a pesar de ruidos, errores e interferencias de la más variada índole, es posible justificar la acertabilidad de nuestro conocimiento, el que es propio de individuos de carne y hueso. En este sentido, Javier Vilanova argumenta en favor de un “escepticismo gratamente sorprendido”, o de un “realismo realista”, que no desliga la fundamentación del conocimiento de la práctica y, por tanto, de los aciertos (y eventuales errores) del individuo común, y que sospecha –con más de un argumento a su favor– que detrás de cada escéptico radical no hay sino un fundamentalista –extremistas ambos– que tuvo aspiraciones demasiado elevadas, poco acordes con nuestra humana condición.