Tinieblas

Vengo de muy lejos. ¿De dónde? Todo son tinieblas. Oscuridad aterradora. Si pudiera abrir los ojos. Razono que quiero ver. Tengo la voluntad de ver.
Pero no puedo. Los párpados. ¡Oh, los párpados! Cómo pesan. No, no se mueven. ¿Estaré ciego? ¿Y dónde estoy? Puedo pensar. Estoy pensando. Y tengo frío y miedo. La muerte. ¿Es la muerte? Si no estoy muerto, ¿por qué no puedo ver nada? ¿Porqué no puedo moverme? Me invade el pánico. ¿Estaré paralítico? ¡Abríos de una vez, Dios mío, abríos! Y ahora ¿qué sucede?
– Lucas, Lucas…
Es una voz muy suave. Una voz solícita que viene de muy lejos. ¿Lucas soy yo? Sí, debe de ser yo.
– Lucas…
De nuevo la voz persuasiva, la voz serena. Esto quiere decir que oigo. Mis oídos captan sonidos. Hay algo exterior a mí. Mi mente se desvela. Los dedos. Puedo mover los dedos. No, no estoy paralítico. Estoy tocando una tela, una tela de textura conocida. Sí, una sábana. ¿Y porqué una sábana? Si pudiera ver… Una sábana, una cama. ¿Qué hago en una cama sin ver nada? ¿Estaré realmente ciego? ¡Oh, no, eso no!
– Se mueve…
La voz se dirige a otras personas. Parece contenta. Luego hay gente a mi alrededor. Un esfuerzo. Un esfuerzo para despegar los párpados. Ver la luz. Sobre todo ver la luz. No siento dolor. No hay duda de que estoy en una cama. Seguramente una cama de hospital. ¿Pero porqué digo de hospital? No recuerdo nada. Sí, si recuerdo. Vagamente . la imagen de un coche. Un chirrido. Un choque. Eso es. Estoy volviendo a la vida. Salgo de la anestesia. ¡Oh, Dios, los párpados parece que se mueven! Vislumbro formas borrosas, imprecisas.
– Por fin…
Unos dedos suaves se posan sobre mis ojos. Me cierran los párpados. Y es en ese momento cuando al fin veo. Veo con claridad a mis abuelos, a mi padre, a Calos, mi gran amigo, que murió tan joven…
– Lucas, hijo. Al fin has llegado. Ha sido un camino muy duro.
Y ahora sí, ahora los contemplo a todos bajo una luz nueva, infinita luz.
Esteban Padrós de Palacios (Barcelona, 1925)
La bolsa de pipas, nº 27 (2º extra de 2001) Mallorca, pp. 26-27
A continuación hablemos del autor de este magnífico microrelato…
En su tesis doctoral (1973) Erna Brandenberger determinó los rasgos de un cuento que denominó de situación: centrado en un único escenario, coinciden casi el tiempo de la narración y el tiempo narrado (y el tiempo que tarda en leerse), gira alrededor de un punto central (un suceso, un objeto o un símbolo), va cercando el tema y presenta una secuencia decisiva o representativa de otras semejantes; necesita técnicamente llevar la acción más allá de cada situación particular.
Médico que escribe o escritor dentista, Esteban Padrós de Palacios se merece un puesto de privilegio en la historia contemporánea del cuento hispánico. Además de ser uno de los fundadores del Premio Leopoldo Alas para libros de relatos, es pionero del microrrelato y cuentista de primerísima línea que basa su concepción del género en la fuerza del contenido. La repentina verdad del final –pero siempre coherentemente sorprendente-, la plasticidad de la historia, su capacidad de penetración psicológica, su amplia cultura quedan patentes en sus seis volúmenes de relatos publicados y reeditados: Aljaba (1958, 1977 y 1998), La lumbre y las tinieblas (1966), Velatorio para vivos (1977 y 1985), Los que regresan (1991), El gran usurpador (1966) y El pozo de los deseos (1999).
Y Ernesto Maruri me envía la siguiente necrológica:
A LA MUERTE DE

ESTEBAN PADRÓS DE PALACIOS

Esteban Padrós de Palacios (Barcelona, 1925) ha muerto el 5 de diciembre de 2005. Una enfermedad respiratoria súbita lo atacó cuando se mantenía con buena salud y trabajando en su consulta de dentista. Seis semanas en la UVI hasta el último suspiro.

Fue un esplendoroso escritor de cuentos, uno de los grandes desde los años cincuenta. Con una perseverancia heroica, fue un narrador exclusivo de cuentos: jamás se precipitó en la tentación de la novela. “El cuento responde a un especial talento y a una vocación muy particular, que desdeña ya de entrada toda popularidad”, aseveró. Con él se ha ejercido la injusticia literaria de ser poco leído y reconocido. En los últimos años, dos intentos de rescatarlo fueron el monográfico que le dedicó la revista mallorquina La bolsa de pipas (nº 27, 2001) y una selección de cuentos traducidos al catalán (Antología de contes, Barcelona, La Busca, 2002). Ganó varios premios de cuentos: el “Don Juan Manuel” (1962) y tres veces el “Hucha de Plata” (1977, 1986, 1990).

Como ilusionado impulsor del género, fue uno de los fundadores y miembro del jurado del osado “Premio Leopoldo Alas para libros de cuentos literarios”. Duró 15 años, de 1955 a 1969, y publicaron 40 libros de relatos en Editorial Rocas.

En aquellos años, él, Enrique Badosa (amigo del alma) y Manuel Pla definieron el cuento como “un texto preferentemente breve, de contenido expectante, cuya acción se intensifica y aclara en su mismo desenlace”. A lo que añade Padrós: “La unidad del cuento depende de la proporción que existe entre el planteamiento y su final. En el cuento se producen un flujo y un reflujo rapidísimos. Un flujo que recorre las playas emocionales e imaginativas del lector: es la corriente que nos conduce al final. Viene luego un reflujo, nacido de este mismo final, que invita a nuestro intelecto a recorrer en sentido inverso todo lo leído: es decir, a meditarlo, a integrarlo, a la luz reveladora de este final. O sea, que solamente a partir del final halla perfecta aclaración y sentido todo lo expuesto anteriormente.” Quizá esto mismo, respecto de la vida, es lo que sintió Padrós en el mutismo forzado y entubado que vivió durante toda la estancia en la UVI: En las largas horas de lucidez, a la pregunta de si imaginaba nuevos cuentos, negó con la cabeza. A la pregunta de si repasaba su vida desde la niñez, asintió.

 

Padrós defiende el final sorpresa, aunque no siempre. Abomina de la sorpresa por el huero afán de sorprender. “La sorpresa constituye la comunicación incisiva de una verdad que no acertábamos a comprender. (…) La sorpresa final constituye un medio idóneo para lograr un buen cuento, pero nunca es un fin en sí misma. El verdadero final del cuento es obtener la unidad intencional, la manera concisa de cerrar el círculo, de revelarnos algo.” Así y todo, si bien cierra el círculo del tejido del cuento, Padrós nos deja en numerosas ocasiones, no con respuestas cerradas, sino con preguntas abiertas. Éstas provocan que el cuento aletee en nuestras entrañas y acreciente el saber de la vida, no sin habernos hecho pasar un rato muy divertido. Acostumbraba a recordar una frase de Chesterton: “Lo divertido no es lo contrario de serio, sino lo contrario de aburrido”. Y decía: “Escribo para los amigos. Agradarlos, entretenerlos y obtener su aprobación es mi estímulo”.

Parte de su obra la componen relatos de intriga y misterio. Son deliciosos los cuentos en que aplica el sutil bisturí de la realidad y de la lógica terrenal a los supuestos fenómenos sobrenaturales y a los fantasmas. Y estremecedoras las narraciones en que se impone la lógica peculiar de los fantasmas y hechos paranormales.

 

Además, creó un personaje que resuelve con brillantez y esfuerzo los más enigmáticos casos: Lorenzo Sánchez-Tello. Así lo describió: “Un simple comisario de policía. (…) Un hombre al servicio de la ley. (…) Un obrero de la justicia que cumple con su obligación de aclarar un crimen. Lo que me importa es su trabajo, su fatiga, su dedicación, su experiencia, su anónimo desvelo sin alharacas ni aplausos. La etopeya del hombre común que acepta la vida como un deber, y a la que entrega lo que puede de su trabajo y de su amor.” A él dedicó un libro entero, Velatorio para vivos. Y sus tres últimos libros contienen un cuento del comisario.

 

Es destacable el humor con que narra, sin olvidar la amargura de algunos relatos. Reveladora es la cita de Hamlet que antepuso en su primer libro, Aljaba: “Tanto en lo trágico como en lo cómico”. Leídos sus cuentos cronológicamente, el humor ha ganado mucho terreno a lo penoso.

 

Su estilo es de palabra precisa y ajustada, de adjetivaciones y retratos iluminadores, de diálogos fluidos, de agilidad puesta al servicio de la peripecia, de ironías perspicaces. Leer su prosa es como dejarse arrastrar por la corriente de un río, pero sabiendo que sus profundidades esconden preciados secretos… y que el río desemboca en el inmenso mar de las revelaciones y los interrogantes.

 


Fue un hombre de una generosidad sobresaliente
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8-diciembre-2005