Nació cerca del año 1030 en la ciudad alemana de Colonia, perteneciente entonces al Sacro Imperio Romano Germánico.

Abandonó Reims y buscó un lugar solitario donde pudiera llevar una vida eremítica. Se encaminó hacia Molesmes, donde San Roberto, futuro fundador de la Orden del Císter en 1098, vivía con otros monjes una vida monástica en comunidad (vida cenobítica). Pero San Bruno, que se sentía fuertemente atraído a una vida radicalmente solitaria, una vida eremítica, se decide a abandonar este primer intento de llevar una vida monástica y optó por dirigirse más hacia el sur, hacia Grenoble, en el Delfinado, junto a los Alpes, porque se sentía atraído por la fama de santidad del obispo Hugo.

San Hugo de Grenoble, a quien los cartujos consideran como cofundador de su Orden, recibe paternalmente a san Bruno y a sus seis compañeros, que serán los primeros siete monjes cartujos, simbolizados en el escudo de la Orden por siete estrellas, los escucha y los conduce a un lugar extremadamente solitario en su diócesis, las montañas de Chartreuse. Ahí, San Bruno y sus seis primeros compañeros inician una forma de vida eremítica que con el tiempo se desarrollaría para formar la Sagrada Orden Eremítica de la Cartuja. El nombre de Cartuja deriva del nombre del lugar (Chartreuse, en francés; Cartusia, en latín).

La entrada de San Bruno en el desierto de Chartreuse se da en torno a la solemnidad de San Juan Bautista (24 de junio) de 1084. San Bruno tiene entonces cerca de 53 años.

En ese lugar, San Bruno irá creando progresivamente un modo muy particular de vivir la vida monástica, que compagina una gran parte de vida eremítica con una vivencia en comunidad. Los cartujos se establecen como una familia monástica, como una comunión de solitarios para Dios. Cada monje vive solo en su celda, de donde sale sólo para las largas vigilias nocturnas (Maitines y Laudes), para las Vísperas y algunos días para la celebración de la Santa Misa, por la mañana. La Santa Misa y estas Horas principales del Oficio Divino (el Opus Dei, la Obra de Dios, por excelencia) se celebran en la pequeña iglesia conventual de piedra, mientras las celdas, de madera, se disponen unas cerca de las otras y unidas entre sí y con los espacios comunes (iglesia, capítulo, refectorio) al modo de un pequeño claustro, que protegía a los monjes de las frecuentes nieves y que les permitía acudir a las reuniones conventuales. Cada celda, como aún sucede hoy día en las cartujas del mundo, poseía una pequeña estufa a leña que permitía a los cartujos defenderse de los rigores del frío, tan intenso en aquellos parajes.

San Bruno fue beatificado por medio de un «oráculo de viva voz», a petición de los cartujos, por el papa León X, en 1514, y en 1623 el papa Gregorio XV lo canonizó.