A

un solo instante de mi
«EL» SERMÓN
Un predicador no sabía más que un sermón y lo que lo llamaran. 
Predicó en cierta en un pueblo y el sermón gustó tanto que le pagaron para que predicase el día siguiente. 
Discurrió toda la noche y el hombre no sabía cómo salir del apuro; pero llegado el momento subió al púlpito y dijo: 
-Hijos míos, sé que algunos malévolos, todos forasteros, por supuesto, ayer la audacia de decir en que yo había vertido en mi sermón conceptos y afirmaciones heréticas y contrarias al dogma. Para que se vea patente su falsedad, voy a repetir palabra por palabra lo que dije ayer. Prestadme mucha , y si cambio una sola letra que el cielo me castigue. Y les endilgó el único sermón que sabía.