San Policarpo se presenta como testigo de la vida Apostólica y como hombre de tradición viva. Desconfiaba de sí mismo y se mantuvo escondido. Fue descubierto en un granero y demostró la serena valentía de su fe. El procónsul Stazio Quadrato lo exhortaba a renegar de Jesús y ante la negativa de Policarpo ordenó que lo quemaran vivo. En el año 155 sufre su martirio y mientras estaba envuelto en llamas exclamaba: «Bendito seas siempre, oh Señor; que tu nombre adorable sea glorificado por todos los siglos, por Jesucristo pontífice eterno y omnipotente, y que se te rinda todo el honor con él y con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos».