Si no sabes consolar, al menos no hagas sufrir.

 

SENDER, R. J. La aventura equinocial de Lope de Aguirre 
Llegaba una nube de mariposas de la otra orilla del rio. 
En aquel lugar, el tenía una anchura de más de seis leguas y los soldados miraban la nube, que parecía una enorme mancha solar flotando en el aire. 
Predominaban en ella dos colores: rojo y gris. 
Volaban ya fatigadas, según se podía ver, y Elvira y el paje que solían fijarse en aquellas cosas de la se decían: «No llegarán». Elvira : «Seguro que no llegan». 
Se dolía de la suerte de aquellas lejanas mariposas que ponían en el aire un inmenso reflejo flotante que hacía que las brisas cambiaran de color.

  habían salido de la otra orilla empujadas por algún céfiro y contaban con llegar al otro lado, pero perdieron la brisa a la mitad del camino y no podían más. 

Otros seres tenían no sólo alguna inteligenncia sino experiencia también. 
Pero no las mariposas que vivían tres o cuatro días. 
En ese tiempo ¿qué podrían
La nube fue bajando y por fin, la mayor parte cayó en el agua. 
Iban las mariposas tan cerca unas de otras que el río, en un espacio de más de mil quinientas varas, cambió de color y parecía que habían puesto sobre él un tapiz de seda. 
En aquél momento se levantó otra vez la brisa y algunas mariposas, que no habían tocado aún el agua, volvieron a elevarse pero carecían de fuerzas y fueron a caer un poco más adelante. 
Lope sonreía un poco dolido. 
«Así son las –decía entre dientes–, se equivocan en problemas de altura y distancia». Vicente Huerta Solá