«Cuando dudaba en decidirme a servir a Dios, cosa que me había ya propuesto hacía mucho tiempo, era yo el que quería, y yo era el que no quería, sólo yo. Pero, porque no quería del todo ni del todo decía que no, por eso luchaba conmigo mismo y me destrozaba (…). Yo, interiormente, me decía: «¡Venga, ahora, ahora!» Y estaba casi a punto de pasar de la palabra a la obra, justo a punto de hacerlo; pero… no lo hacía».

(S. Agustín, Las Confesiones)