«El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin dejarse llevar por las pasiones, es dueño de sí mismo: se puede llamar rey porque es capaz de gobernar su propia persona; es libre e independiente y no se deja cautivar por una esclavitud culpable».

(San Ambrosio, en Catecismo Iglesia Católica, n. 908)