«Eran trece los hombres, trece valientes curtidos en el peligro y avezados a la lucha del mar. Con ellos iba una mujer; la del patrón. Los trece, hombres de la costa, tenían el sello característico de la raza vasca; cabeza ancha, perfil aguileño, la pupila muerta por la constante contemplación de la mar… (…)

La trainera se encontraba frente a Iciar (…). De repente, en la agonía de la tarde, sonaron las horas en el reloj de la iglesia de Iciar y luego las campanadas del Angelus se extendieron por el mar como voces lentas, majestuosas y sublimes.

El patrón se quitó la boina y los demás hicieron lo mismo. La mujer abandonó su trabajo, y todos rezaron, grave, sombríos, mirando al mar tranquilo y de redondeadas olas».

(Pío Baroja, «Fantasías vascas»)