Vivió durante el reinado del emperador Consantino en Aretusa. Demolió un templo pagano y en su lugar construyó una iglesia. Cuando Juliano el Apóstata ocupó el trono proclamó que aquellos que hubieran acabado con templos paganos debían reconstruirlos o, en su caso, pagar una fuerte multa. El Obispo Marcos huyó pero, al enterarse que algunos de sus fieles fueron aprehendidos, se entregó. El anciano sufrió azotes y toda clase de violencia, pero el conservó la calma y la furia del pueblo se convirtió en admiración. Lo dejaron el libertad y la población de Aretusa quedó impresionada con la fortaleza del obispo y se abrazaron al Cristianismo.